Suelo percibir las pequeñas rarezas de la vida... los pequeños detalles, las pequeñas ironias, como los anillos de compromiso en las cajas de empeño o los vestidos de boda sin usar que se venden rebajados en las tiendas de segunda mano. O la mujer gorda que esta en la cola del supermercado, con una tarrina de chocolate de dos kilos en el carrito, a la que se le cae el carnet del club ''CONTROL DE PESO'' mientras busca la tarjeta de crédito.
Son las pequeñas cosas las que nos indican como son realmente las personas: esperanzadas, desesperadas, frágiles e inseguras. Las personas no cambian, no aprenden. Saben que los matrimonios fracasan a menudo, pero aún así asumen el riesgo porque siempre cabe la posibilidad de que a ellos les vaya bien. Prometen cambiar -dieta, estilo de viida, vicios- pero una semana despues van al supermercado a provisionarse de comida-consuelo alta en calorías y se pasan la noche mirando entre sollozos una película.
Por cosas así me doy cuenta de que soy una extraña.
No me malinterpreteis. Yo no me rijo por las mismas normas. No corro riesgos. No baso mi felicidad en los demás. No desperdicio el tiempo con falsas esperanzas y, de ese modo, no esperando mucho, siempre me siento agradablemente sorprendida. Carezco de cualidades que permiten a los demás creeer en cosas ilusorias e intangibles como Dios o la paz mundial.
Me gusta lo inevitable e irremediable. Las cosas que van a ocurrir quieras o no, las cosas con las que siempre puedes contar, como la muerte o los impuestos.
Soy una extraña que mira desde fuera. Me gusta que sea así. Sé cuál es mi lugar en el mundo: ESTAR FUERA DE ÉL.
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